En las sociedades occidentales, las dimensiones simbólicas del cuerpo se cristalizan más en un dualismo que contrasta jerárquicamente del cuerpo físico a la mente. El primero, tradicionalmente ha sido elegido como la sede de la pasión y la sinrazón, que debe ser controlado para que no se desgarre el tejido social y crear desorden. Por el contrario, la mente es la fuente de la razón, la forma y el control de lo que nos eleva sobre las especies animales (B. Turner, 1996).
Durante el transcurso de los siglos, los poderes de la música han sido utilizados como medio para inspirar un número virtualmente infinito de efectos sobre los oyentes. La experiencia etérea de la armonía, la melodía y el ritmo se combinan para inducir respuestas corporales que van desde estados de éxtasis a trances mucho menos dinámicos.
Debido a su capacidad para el cultivo de una amplia gama de respuestas por parte de los oyentes, las personas y las instituciones encargadas de "proteger" el orden social a menudo han tratado de controlar el contenido, composición y ejecución musical.
Regulado y cargado de significados sociales, las dimensiones políticas del cuerpo se ponen en primer plano en el ámbito del ocio. Es aquí, entre los asuntos rutinarios de la vida social cotidiana, que el control del cuerpo es más problemático; porque es en los momentos de actividades de ocio en donde el cuerpo se libera de la mayor parte de las demandas de la auto-disciplina (V. Turner, 1974, 1977).
Fuente:
Título: Body and Soul: Jazz in the 1920s
Autores: Appelrouth, Scott
Título de publicación: The American Behavioral Scientist
Tomo: 48
Número: 11
Páginas: 1496-1509
Número de páginas: 14
Año de publicación: 2005
Fecha de publicación: Jul 2005
Año 2005
Editorial SAGE PUBLICATIONS, INC.
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